No es una clase de derecho ni de biología, sino una asignatura transversal en la licenciatura de Gestión Territorial. Los estudiantes no buscan solamente un título: buscan herramientas para cambiar su entorno.
La escena se repite, con variaciones, en universidades públicas y privadas de todo el país. Cada vez más jóvenes mexicanos eligen estudiar carreras vinculadas con el medio ambiente, la justicia social y los derechos humanos, desplazando paulatinamente los tradicionales caminos hacia profesiones más lucrativas pero menos conectadas con los desafíos contemporáneos.
Educación con propósito
Una encuesta publicada en 2024 por el Observatorio de Educación Superior de América Latina y el Caribe reveló que un 58 por ciento de los estudiantes universitarios en México elige su carrera motivado por “el deseo de contribuir a la transformación social y ecológica”. La cifra crece entre quienes provienen de comunidades rurales o zonas afectadas por conflictos socioambientales.
“Yo quería estudiar medicina, pero cuando empecé a ver los problemas del agua en mi comunidad, en Puebla, supe que lo mío era el medio ambiente”, dice Daniela Flores, de 22 años, estudiante de Ingeniería Ambiental en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. La entrevista fue realizada por El Ambientalista Post, medio independiente especializado en temas ecológicos. “No quiero trabajar en una empresa extractiva. Quiero trabajar con comunidades”.
Del aula al territorio
Muchas de estas carreras tienen un componente práctico fuerte. En la Universidad Veracruzana Intercultural, por ejemplo, estudiantes de la licenciatura en Gestión Intercultural para el Desarrollo trabajan directamente con pueblos originarios en la defensa de su territorio.
Alan Zamora, de 23 años, estudia en la sede de Espinal, en la sierra del Totonacapan. “Aquí no se trata solo de aprender en clase. Vas al campo, hablas con la gente, entiendes sus luchas”, dijo a El Ambientalista Post. “Es una educación que sirve para resistir”.
Humanidades en resistencia
No todo es tecnología o ciencia ambiental. También se ha revitalizado el interés por las ciencias sociales, las humanidades críticas y los estudios de género. En la UNAM, la carrera de Sociología ha reportado un aumento del 22 por ciento en su matrícula en los últimos cuatro años. La carrera de Filosofía, tradicionalmente marginalizada, ha visto también un leve repunte, particularmente en su enfoque en ética ambiental y pensamiento decolonial.
“La filosofía ya no es para encerrarse en libros. Es para cuestionar sistemas, para pensar nuevas formas de vida”, afirma Marta Rivera, de 20 años, alumna de la Facultad de Filosofía y Letras. “Cuando veo lo que está pasando con los pueblos indígenas, con las mujeres que defienden el agua, siento que no puedo quedarme callada”.
América Latina: una tendencia regional
El fenómeno no es exclusivo de México. En países como Colombia, Argentina y Chile, también se ha observado una reorientación de los intereses universitarios. En 2023, la Universidad de Buenos Aires registró un récord histórico de inscripciones en carreras como Ciencias Ambientales, Antropología y Ciencias Políticas.
Un estudio comparativo realizado por la Red de Educación Ambiental para América Latina y el Caribe (REALC) encontró que 7 de cada 10 jóvenes universitarios en la región consideran que su formación académica debe estar orientada a “la defensa del territorio, los derechos sociales y la sostenibilidad”.
Lo interdisciplinario como estrategia
El modelo tradicional de carrera única está cediendo paso a enfoques mixtos. Muchos estudiantes buscan programas que combinen tecnología con ética, ciencias duras con saberes ancestrales, o desarrollo económico con justicia climática.
“El enfoque está cambiando”, afirma la socióloga Tatiana Leyva, académica del Instituto Mora. “Ya no se piensa en una carrera solo como medio de ingreso económico. Se piensa como una herramienta política, una forma de intervenir en el mundo”.
¿Idealismo, realismo generacional?
Desde los incendios forestales en la península de Yucatán hasta los conflictos por el agua en Nuevo León, los jóvenes viven de cerca las consecuencias de la crisis climática y social. Para muchos, estudiar se convierte en una forma de activismo cotidiano.
“No se trata de idealismo, se trata de urgencia”, sostiene Lucero Márquez, de 21 años, estudiante de Ciencias de la Tierra en la Universidad Nacional Autónoma de México. “Nuestra generación ya vive el colapso climático. Estudiar sin conciencia social es un lujo que no nos podemos permitir”.
Una generación que estudia para transformar
Lejos de los estereotipos de apatía o desinterés, los jóvenes mexicanos están tomando decisiones formativas con una claridad ética notable. Ya no basta con estudiar para “ser alguien”; ahora se estudia para hacer algo, especialmente en un país donde las luchas sociales y ambientales marcan la agenda cotidiana.
La universidad, para muchos, ya no es solo un lugar de formación académica: es un campo de batalla donde se definen los futuros posibles.
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