Esta frustración estalló, no en los podios oficiales, sino en los accesos de seguridad y los pasillos estériles de la cumbre. La «revuelta» de los pueblos indígenas en la COP30 no es un evento paralelo; es la crónica de una paradoja: la de una cumbre climática celebrada en la Amazonía que, según sus habitantes ancestrales, corre el riesgo de dejar fuera a los amazónicos.
Lo que vimos esta semana no fue un simple desorden, sino el colapso de la paciencia.
El punto de inflexión ocurrió la noche del martes 11 de noviembre. La «Zona Azul», ese espacio sacro y burocrático de la ONU, inaccesible para el público general y reservado para las negociaciones de alto nivel, fue el escenario de un caos impensable.
No fue un acto de vandalismo; fue un acto simbólico. Decenas de manifestantes indígenas y activistas, sintiéndose ignorados tras días de protestas pacíficas en el exterior, forzaron su entrada. Para ellos, no estaban «irrumpiendo» en un recinto ajeno; estaban reclamando un espacio que moral y geográficamente les pertenece.
El choque con los agentes de seguridad de la ONU, que dejó heridos leves y provocó una crisis diplomática interna—con quejas formales de Simon Stiell, jefe de Clima de la ONU, a Brasil por las fallas de seguridad—, fue la metáfora perfecta de esta cumbre. Los pueblos originarios, literalmente, chocando contra las barreras físicas y burocráticas erigidas en su propio territorio.
Para entender la irrupción del martes y el bloqueo del viernes, hay que analizar la profunda disonancia que sienten los líderes indígenas. Mientras el mundo debate los «Artículos 6» (mercados de carbono) y las «soluciones basadas en la naturaleza», en el exterior inmediato, la realidad es otra.
Se les pide que protejan el 80% de la biodiversidad mundial, pero se les niega un asiento vinculante en la mesa donde se decide cómo hacerlo.
La «revuelta» tiene objetivos muy concretos que exponen la contradicción de la «economía verde»:
- La Paradoja del Desarrollo: El pueblo Munduruku, protagonista del bloqueo del viernes, no protesta contra una idea abstracta. Protesta contra el proyecto ferroviario «Ferrogrão», un plan de más de 1.000 km destinado a optimizar la exportación de soja y cereales, que amenaza con «rasgar» sus territorios sagrados en las cuencas del Tapajós y Xingu.
- La Injusticia del Carbono: Rechazan vehementemente lo que llaman «soluciones climáticas falsas». Argumentan que los mercados de carbono, tal como están diseñados, son percibidos como un permiso para que el Norte Global siga contaminando, mientras sus tierras se convierten en meros activos de compensación, a menudo sin su consentimiento pleno.
- La Exclusión Estructural: «Nuestras voces son ignoradas», era el lamento que se oía. La frustración no es solo con los líderes mundiales, sino también con el propio gobierno brasileño. Se sienten utilizados como un símbolo «verde» para la foto, mientras las decisiones de infraestructura y minería siguen avanzando.
Así llegamos al viernes. El sol apenas se levantaba cuando los cánticos del pueblo Munduruku reemplazaron el murmullo matutino de los delegados. Con niños en brazos y una determinación inquebrantable, bloquearon la entrada principal.
No era una petición. Era una exigencia. «¡Lula ven, muestra tu cara!», coreaban. No pedían solo una foto; pedían rendición de cuentas al presidente que se ha posicionado como el campeón de la Amazonía.
Durante dos horas, la cumbre se paralizó. La respuesta del gobierno fue, quizás, la única victoria tangible de la semana para los manifestantes. La imagen de las ministras Sônia Guajajara (Pueblos Indígenas) y Marina Silva (Medio Ambiente), saliendo del búnker climático para sentarse a parlamentar con los líderes del bloqueo, fue poderosa.
Los accesos se reabrieron, pero la cumbre ya estaba fracturada.
Belém está demostrando ser un espejo incómodo. Ha traído las negociaciones climáticas al corazón del problema, y el problema ha respondido. La «revuelta» indígena no es una distracción de la COP30; es el evento central. Es el recordatorio, cada vez menos sutil, de que no se puede salvar la Amazonía sin, y mucho menos contra, sus pueblos.
Es jefe de la oficina de El Ambientalista Post en México y dirige el sitio a nivel internacional. Cubre temas de política, defensa del territorio y ciencia. Cuenta con una carrera técnica en Conservación del medio ambiente por el CONALEP, actualmente estudio la Ingeniería ambiental en el Tecnológico Nacional de México.
Sobre su experiencia
Fue coordinador de Comunicación y Difusión de Viernes por el Futuro México. Colaboró con Al Poniente.
Descubre más desde El Ambientalista Post
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

