Después de dos semanas de debates caóticos, protestas abiertas y amenazas de implosión, los países ricos se comprometieron a destinar $300,000 millones anuales para 2035 a las naciones más vulnerables al cambio climático. Pero esta cifra, aclamada por los anfitriones como histórica, provocó un aluvión de críticas de delegados de países en desarrollo, quienes consideraron la suma insignificante frente a la magnitud del desafío.
Desde el inicio, las conversaciones estuvieron marcadas por profundas divisiones. La promesa de triplicar el financiamiento actual de $100,000 millones al año fue celebrada como un avance simbólico, pero rápidamente desestimada por economistas y delegados, quienes recordaron que las necesidades reales ascienden a $1.3 billones anuales. Este es el costo estimado para que las naciones en desarrollo puedan avanzar hacia energías limpias y resistir los embates climáticos extremos.
“Es una gota en el océano,” sentenció Chandni Raina, delegada de India, tras el golpe del martillo que oficializó el pacto. Otros países, como Fiji y Nigeria, respaldaron sus palabras con denuncias similares, acusando a los países ricos de incumplir promesas previas y evadir su responsabilidad histórica.
La elección de Donald Trump, apenas días antes del inicio de la cumbre, añadió incertidumbre. Su promesa de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París y su descrédito del cambio climático como “un engaño” minaron la confianza en los compromisos de Washington. Mientras tanto, países como China y Arabia Saudita, clasificados oficialmente como en desarrollo, resistieron cualquier intento de asumir mayores obligaciones financieras, reflejando la creciente grieta en las negociaciones globales.
El pacto establece que los $300,000 millones provendrán tanto de fondos públicos como de inversiones privadas, alentando a instituciones como el Banco Mundial a llenar el déficit. Sin embargo, el acuerdo no es vinculante y se basa únicamente en la diplomacia. Este hecho dejó un sabor amargo entre los países más afectados por la crisis climática, quienes denuncian que, una vez más, se priorizan intereses políticos sobre las verdaderas necesidades humanas.
“Este proceso fue caótico, mal gestionado y un fracaso en términos de ambición,” afirmó Juan Carlos Monterrey, representante de Panamá.
La conferencia no solo enfrentó debates financieros, sino también la resistencia de poderosos intereses petroleros. Arabia Saudita, respaldada por otros grandes exportadores de petróleo, bloqueó intentos de incluir un compromiso claro para reducir el uso de combustibles fósiles. Aunque los delegados reafirmaron la meta de “alejarse” de estos combustibles, cualquier lenguaje más contundente fue eliminado de los documentos finales.
El frío viento del Cáucaso soplaba con fuerza la madrugada en Bakú, Azerbaiyán, cuando la COP29 concluyó con un pacto que, aunque catalogado como “histórico” por algunos, ha sido tachado de insuficiente por la mayoría. En un salón abarrotado y tras extensas negociaciones que se prolongaron 36 horas más allá del plazo oficial, los líderes mundiales acordaron un fondo climático de $300,000 millones anuales para 2035. Sin embargo, este logro está lejos de cerrar las profundas grietas entre las naciones desarrolladas y en desarrollo.
Los informes recientes del IPCC pintan un escenario alarmante: el aumento de las temperaturas globales amenaza con desestabilizar ecosistemas, economías y sociedades. Eventos climáticos extremos, como ciclones, sequías y olas de calor, han multiplicado su frecuencia e intensidad, dejando a millones de personas desplazadas y miles de millones en pérdidas económicas. Sin embargo, el mayor impacto recae en los países en desarrollo, responsables de menos del 10% de las emisiones históricas pero que enfrentan más del 70% de las consecuencias.
Con este panorama, la COP29 prometía ser un punto de inflexión, un espacio para redefinir el concepto de justicia climática. Pero, desde el inicio, las discusiones estuvieron marcadas por desacuerdos financieros y tensiones geopolíticas.
En 2009, durante la COP15 en Copenhague, los países desarrollados prometieron movilizar $100,000 millones anuales para 2020 en apoyo a las naciones en desarrollo. Sin embargo, esta cifra nunca se alcanzó en su totalidad, y mucho menos cumplió con las expectativas de los afectados. En Bakú, la propuesta de triplicar el financiamiento para alcanzar $300,000 millones en 2035 fue recibida con escepticismo.
Delegados de África, Asia y América Latina recalcaron que las necesidades reales superan $1.3 billones anuales, según estimaciones del Banco Mundial y otras instituciones financieras internacionales. “No estamos pidiendo limosnas; estamos exigiendo justicia,” declaró vehementemente Chandni Raina, representante de India, en una de las sesiones más tensas.
Los líderes del G7 defendieron la cifra como un “compromiso viable,” pero no ofrecieron detalles claros sobre cómo se obtendrán los fondos. A pesar de las celebraciones iniciales, la falta de un marco vinculante genera dudas sobre la efectividad del acuerdo.
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, anunciada apenas días antes del inicio de la COP29, añadió un elemento impredecible a las negociaciones. Su promesa de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París y desmantelar políticas climáticas nacionales sembró incertidumbre en las conversaciones.
China, el mayor emisor actual, pero clasificado como país en desarrollo, se mantuvo firme en su postura de no asumir responsabilidades financieras adicionales. “Nuestro papel principal es cumplir con nuestras metas internas de reducción de emisiones, no financiar la negligencia histórica de otros países,” afirmó el delegado chino durante una conferencia de prensa.
Por otro lado, pequeños estados insulares como Maldivas y Fiji alzaron sus voces pidiendo mayor acción. “Estamos perdiendo nuestro hogar. No hay tiempo para juegos políticos,” imploró el presidente de Fiji, entre lágrimas, en el plenario.
La discusión más álgida de la COP29 giró en torno a los combustibles fósiles. A pesar de los esfuerzos liderados por la Unión Europea y un grupo de 80 países para incluir un lenguaje claro sobre la reducción gradual de petróleo, gas y carbón, el lobby petrolero de Arabia Saudita, respaldado por Rusia y otros grandes exportadores, bloqueó cualquier referencia explícita.
Aunque el documento final reafirma la necesidad de “transitar hacia fuentes de energía más limpias,” carece de compromisos específicos, lo que provocó decepción entre organizaciones ambientalistas.
“Es inaceptable que las palabras ‘petróleo’ y ‘carbón’ ni siquiera aparezcan en el texto final. ¿Qué clase de transición energética estamos discutiendo?” cuestionó Greta Thunberg, quien lideró una protesta masiva en las afueras del centro de convenciones.
En el corazón de las discusiones, las voces de comunidades indígenas y jóvenes activistas resonaron con fuerza. María Alejandra Hernández, defensora del territorio en la Amazonía colombiana, expuso cómo los extractivismos no solo destruyen la biodiversidad, sino que amenazan la vida de los líderes sociales. “No necesitamos más promesas, necesitamos acciones concretas que detengan la devastación de nuestros territorios,” enfatizó.
Por su parte, Fridays for Future organizó una huelga simbólica en Bakú, denunciando la inacción de los líderes y pidiendo justicia intergeneracional. “Somos la última generación que puede cambiar el rumbo del planeta,” dijo Javier Martínez, un joven mexicano de 16 años.
Mientras las delegaciones abandonaban Bakú, el consenso entre expertos y analistas era claro: aunque el acuerdo tiene aspectos positivos, está lejos de ser suficiente.
El Dr. Fatih Birol, director de la Agencia Internacional de Energía, advirtió: “Sin un cambio radical en las políticas energéticas y un compromiso financiero real, las metas del Acuerdo de París no serán alcanzadas.”
En el otro extremo, líderes de países en desarrollo como Abiy Ahmed, de Etiopía, acusaron a las potencias mundiales de utilizar las COP como una estrategia para postergar medidas reales. “Las reuniones climáticas se están convirtiendo en teatros diplomáticos,” afirmó en una conferencia de prensa posterior al evento.
Reflexión final
La COP29 fue un espejo de las desigualdades que definen el mundo actual: promesas sin respaldo sólido, disputas de poder y una brecha cada vez mayor entre los afectados y los responsables.
La próxima cita será en Brasil, donde el presidente Luiz Inácio Lula da Silva prometió priorizar la protección de la Amazonía y la justicia climática. Pero el éxito de esa cumbre dependerá de si los compromisos asumidos en Bakú se traducen en acciones concretas o si quedarán, como muchos temen, como palabras al viento.
Este artículo de fondo pretende ofrecer una visión amplia de la COP29 y sus implicaciones, un tema que seguirá dominando la agenda global en los años venideros.
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