El viento que sopla sobre la explanada del Palacio Municipal de Tecámac ya no trae promesas de transformación; trae el eco de gritos, reclamos y el olor rancio de las viejas mañas políticas. Lo que hace apenas unos meses se celebraba como una sucesión histórica y ordenada entre dos mujeres de izquierda, hoy es una zona de guerra.
Rosi Wong Romero, conocida popularmente como «Rosi Wong», y su mentora política, la hoy Senadora Mariela Gutiérrez Escalante, han protagonizado una ruptura tan violenta que ha paralizado la administración pública, dejando a los ciudadanos como rehenes de un drama shakesperiano de lealtad, poder y venganza.
Para entender el caos actual, hay que mirar atrás. Durante casi seis años, Mariela Gutiérrez gobernó Tecámac con mano de hierro, transformando el municipio en un bastión inexpugnable de Morena.
Sin embargo, su administración operaba bajo una lógica de «feudo familiar». Hijos, nueras y primos ocupaban posiciones estratégicas en el DIF y ODAPAS, tejiendo una red de control que pretendía extenderse incluso desde su escaño en el Senado.
Rosi Wong, elegida para cuidar la silla, decidió que no sería una marioneta. Pero su rebelión no fue quirúrgica; fue una carnicería.
A finales de noviembre, bajo el amparo de la noche y con la fuerza pública como testigo, comenzó la purga. Adrián Pérez Guerrero (Secretario del Ayuntamiento) y Olga Molina Hernández (Tesorera), los guardianes de los secretos y las finanzas de Mariela, fueron destituidos. No fue un cambio administrativo; fue un golpe de estado interno.

Lo que ha encendido la furia de las bases morenistas —y ha provocado los plantones de cientos de ex trabajadores que hoy sitian el ayuntamiento— no es solo el despido masivo, sino quiénes están ocupando esas sillas vacías.
La investigación de El Ambientalista Post confirma que, en su desesperación por blindarse contra la Senadora, la alcaldesa Wong ha recurrido a los enemigos históricos del movimiento:
«Para matar al dragón, la alcaldesa decidió invocar a los demonios del pasado.»
Como nuevo hombre fuerte de la administración (Secretario del Ayuntamiento), se ha impuesto a Manuel Díaz. Su apellido pesa: es el enlace directo con el grupo político de Rocío Díaz Montoya y, por extensión, con Aarón Urbina Bedolla, el eterno cacique priista que gobernó Tecámac por décadas. Wong ha entregado la operación política a la maquinaria que Morena prometió destruir.
En un giro que desafía toda lógica ideológica, Rodrigo Paredes Luna, un perfil vinculado al PAN, se perfila para manejar la hacienda municipal.
En el cabildo, el regidor Carlos Orozco, de extracción priista, se ha convertido en el alfil de Wong para mayoritear decisiones y silenciar a los leales a Mariela.

Mientras la élite política juega al ajedrez, la ciudad sufre. La limpieza de personal en el organismo de agua, ejecutada sin criterios técnicos, amenaza con colapsar el suministro en un municipio que ya vive con sed. El DIF y el IMDEPORTE operan en mínimos. Los «Servidores de la Nación» y la estructura territorial que mantenía los servicios básicos están en la calle protestando, no trabajando.
La fractura es total e irreversible. Los cánticos afuera del Palacio Municipal son una sentencia: «Rosi, hermana, ya eres del PRIAN»
La tragedia de Tecámac es doble. Por un lado, la Senadora Mariela Gutiérrez paga el precio de su nepotismo y su negativa a soltar el poder local. Por el otro, Rosi Wong, en su búsqueda de legitimidad, ha cometido el pecado capital de la política: traicionar a su base para pactar con la oposición.
Hoy, Tecámac no tiene gobierno; tiene dos facciones en guerra. Y mientras los elefantes pelean, la hierba —el pueblo, el medio ambiente, la seguridad— es la que queda aplastada.
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