Contexto en breve
- Desde la tala indiscriminada en las selvas del sur hasta la amenaza que enfrentan especies icónicas como el jaguar o la vaquita marina, el país está en la encrucijada entre el desarrollo económico y la conservación ambiental.
- la necesidad de acelerar la transición hacia energías limpias, la exigencia de que los países desarrollados cumplan sus promesas de financiamiento climático y las demandas de que los países responsables de la mayor cantidad de emisiones históricas asuman su responsabilidad.
- Sin embargo, en medio de la música de los transeúntes y el bullicio de la ciudad, el eco de sus voces se vio pronto confrontado por un rostro conocido.
Ciudad de México – Bajo el abrasador sol del mediodía, una pequeña pero valiente multitud de jóvenes se reunió frente al imponente Palacio de Bellas Artes, en una de las avenidas más emblemáticas de la capital mexicana. Sus pancartas, confeccionadas con esmero y prisa, ondeaban con consignas claras y urgentes: “Justicia climática ahora”. Sin embargo, en medio de la música de los transeúntes y el bullicio de la ciudad, el eco de sus voces se vio pronto confrontado por un rostro conocido: la fuerza del Estado.
Lo que comenzó como una manifestación pacífica, convocada por Fridays for Future México, pronto escaló cuando los policías de la Secretaría de Seguridad Ciudadana rodearon a los activistas. Las tensiones crecieron, no solo entre los manifestantes y las fuerzas del orden, sino también en los corazones de quienes reconocen que la lucha por la justicia climática no puede esperar.
Este evento se dio en paralelo con movilizaciones mundiales inspiradas en la COP28, actualmente celebrada en Dubái. A medida que los líderes mundiales discuten el futuro del planeta en salas climatizadas, las calles de ciudades como Ciudad de México arden con la indignación de una generación que siente que sus voces han sido ignoradas.
La COP28, aclamada como una de las conferencias climáticas más cruciales de la década, ha puesto de nuevo sobre la mesa temas urgentes: la necesidad de acelerar la transición hacia energías limpias, la exigencia de que los países desarrollados cumplan sus promesas de financiamiento climático y las demandas de que los países responsables de la mayor cantidad de emisiones históricas asuman su responsabilidad. Sin embargo, aunque el lenguaje diplomático fluye en los salones de reuniones internacionales, en las calles, el panorama es muy diferente.
La activista sueca Greta Thunberg, quien inició las huelgas climáticas en 2018 y se ha convertido en un símbolo global del movimiento juvenil por el clima, también se unió a las protestas globales. Este año, como en años anteriores, ha alzado su voz exigiendo reparaciones climáticas. “Las promesas sin una acción real ya no serán suficientes”, fue su contundente declaración en la COP26, y sigue siendo un mantra para millones de jóvenes activistas en el mundo.
Pero el cambio climático no es el único punto crítico. En 2022, en la COP15 de biodiversidad en Montreal, Canadá, se estableció un marco global ambicioso para proteger la biodiversidad del planeta. El acuerdo, que busca conservar el 30% de la tierra y los océanos para 2030, fue aplaudido por su visión, pero ha sido criticado por la falta de implementación real. Para México, un país rico en biodiversidad, este compromiso es clave.
México ha sido testigo de la rápida degradación de sus ecosistemas. Desde la tala indiscriminada en las selvas del sur hasta la amenaza que enfrentan especies icónicas como el jaguar o la vaquita marina, el país está en la encrucijada entre el desarrollo económico y la conservación ambiental. Sin embargo, la respuesta del gobierno mexicano ha sido inconsistente. Mientras que en la arena internacional México ha firmado compromisos importantes, en el terreno doméstico la realidad es otra.
El gobierno mexicano, bajo la administración de Andrés Manuel López Obrador, ha enfrentado críticas por proyectos como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, ambos vistos por activistas climáticos como un retroceso en los compromisos ambientales del país. Aunque se ha prometido que el Tren Maya será una obra que respete el medio ambiente, los informes sobre deforestación y desplazamiento de comunidades indígenas han alimentado la controversia.
En medio de este panorama, las colectivas juveniles en México, como Fridays for Future México, Rebelión Científica, Green Code, entre otras, se han convertido en los guardianes de la promesa de un futuro más verde. Estas agrupaciones han puesto en la palestra pública la necesidad de políticas ambientales más ambiciosas, y lo hacen arriesgando su seguridad personal, como quedó demostrado en la protesta del pasado 20 de septiembre de 2024.
El ambiente en las calles era tenso. Jóvenes cargados con carteles pintados a mano, gritando consignas que han recorrido el mundo, se encontraron cara a cara con una fuerza policial armada con cascos y escudos. Lo que comenzó como una actividad pacífica de creación de carteles para concienciar sobre la crisis climática, se tornó en un enfrentamiento desigual. Entre 10 manifestantes y al menos 20 agentes de policía, los jóvenes resistieron, no solo por sus demandas, sino por su derecho a manifestarse libremente.
En los últimos años, las autoridades mexicanas han intensificado su control sobre las protestas sociales, particularmente aquellas que critican las políticas ambientales del gobierno.
Esta represión se enmarca en un contexto global donde las manifestaciones climáticas están siendo reprimidas con creciente severidad. En países como Reino Unido, activistas de Extinction Rebellion han sido arrestados masivamente, y en Alemania, miembros de Letzte Generation han enfrentado procesos judiciales por actos de desobediencia civil.
A pesar de la intimidación y el hostigamiento, los jóvenes activistas se niegan a retroceder. “No tenemos otra opción. Si no actuamos ahora, será demasiado tarde”, expresó una de las líderes de los colectivos presentes en la protesta.
En México, los estragos se sienten en las sequías prolongadas que afectan al norte del país, en los huracanes cada vez más devastadores que azotan las costas, y en la pérdida de biodiversidad que amenaza ecosistemas enteros. La ciencia es clara: el tiempo para actuar es ahora, y quienes más sufrirán las consecuencias son aquellos que hoy alzan su voz en las calles.
La próxima gran cita será en la COP29, programada para 2024. Será entonces cuando el mundo evaluará los avances logrados en los compromisos asumidos en Dubái y si los países han cumplido con sus promesas. Mientras tanto, en las calles, los jóvenes seguirán resistiendo, exigiendo no solo justicia climática, sino también un futuro digno.
Bajo el resplandor del mármol blanco, los jóvenes activistas levantaron sus voces. Y aunque fueron dispersados por la fuerza, su mensaje sigue resonando: el futuro del planeta está en juego, y ellos no se rendirán sin pelear.
“La historia siempre ha favorecido a los que luchan por la justicia”, dijo una joven mientras recogía su pancarta caída, antes de desaparecer entre la multitud. Su convicción era inquebrantable, y en el horizonte, el sol continuaba su descenso, iluminando las sombras de una batalla que apenas comienza.
Mxrcxs es colaboradora en El Ambientalista Post.
Marcos Rosas es reportero y jefe de la oficina de El Ambientalista Post
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