La cuenta regresiva ha comenzado. En noviembre de 2025, el mundo volverá su mirada hacia la Amazonía brasileña, cuando la ciudad de Belém, capital del estado de Pará, acoja la Conferencia de las Partes (COP30), el foro anual más importante sobre cambio climático de las Naciones Unidas.
Será la primera vez que una COP se realiza en plena región amazónica, un territorio que ha sido tanto símbolo como epicentro de la crisis climática. Para muchos, no se trata solo de una ubicación emblemática, sino de una oportunidad histórica para redefinir el rumbo de las políticas ambientales a nivel global.
La elección de Belém no es menor. Rodeada por los ríos Guamá y Pará, esta ciudad portuaria es una puerta de entrada a la selva tropical más grande del planeta. Pero también enfrenta realidades duras: deforestación acelerada, conflictos por tierras, minería ilegal, desigualdad urbana y vulnerabilidad frente a eventos climáticos extremos.
“Traer la COP a la Amazonía tiene un mensaje poderoso”, declaró Marina Silva, ministra de Medio Ambiente de Brasil. “Es una llamada de atención al mundo sobre la urgencia de proteger los ecosistemas que aún nos sostienen”.
La COP30 será una conferencia de evaluación crítica. A casi una década del Acuerdo de París, los países deberán presentar su tercera ronda de compromisos climáticos nacionales (NDCs), los cuales deben ser más ambiciosos y transparentes.
El objetivo global de limitar el calentamiento a 1,5 °C se encuentra en una encrucijada. Los informes más recientes del IPCC advierten que, al ritmo actual, esa meta podría quedar fuera de alcance en cuestión de años. En ese contexto, la presión sobre las grandes economías para abandonar progresivamente el petróleo, el gas y el carbón será intensa.
Otro eje central será el financiamiento climático. Países en desarrollo exigen que las promesas incumplidas de los países ricos —como los 100 mil millones de dólares anuales comprometidos desde 2009— se materialicen, junto con nuevos fondos para pérdidas y daños ocasionados por desastres climáticos.
“La justicia climática debe estar al centro del debate”, dijo Harjeet Singh, experto en políticas internacionales del Climate Action Network. “No podemos seguir permitiendo que las comunidades más afectadas carguen con los costos de una crisis que no provocaron”.
Con la COP30, Brasil busca recuperar protagonismo en la diplomacia ambiental. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha prometido una “Amazonía viva y protegida”, y ha impulsado medidas para reducir la deforestación, reactivar la vigilancia ambiental y fortalecer el rol de los pueblos indígenas.
Sin embargo, el país enfrenta críticas por la persistencia de concesiones a megaproyectos de infraestructura, expansión del agronegocio y proyectos petroleros en áreas sensibles. La tensión entre desarrollo económico y protección ambiental será uno de los grandes dilemas sobre la mesa.
De forma paralela a las negociaciones oficiales, se espera un vasto mosaico de eventos en Belém. Marchas, ferias, foros alternativos y espacios de resistencia como la Cumbre de los Pueblos, buscan elevar las voces de quienes históricamente han sido ignorados en las negociaciones: comunidades tradicionales, mujeres, juventudes, pueblos indígenas y movimientos sociales.
Para ellos, la COP30 no solo debe ser un foro técnico o diplomático, sino una instancia de transformación profunda.
Con el reloj climático avanzando rápidamente, la COP30 representa una cita clave. La pregunta ya no es solo si el mundo logrará mantener los compromisos asumidos, sino si está dispuesto a corregir el rumbo.
Desde la selva amazónica, el escenario está listo para una conversación global que podría definir el futuro del planeta.
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