La reubicación de las poblaciones vulneradas por el cambio climático en su dimensión como el aumento del nivel del mar, en tan solo 04 años, desde la portada del secretario general de naciones unidas en 2019, son cada día vez mayores, un indicador claro y común, mostrando que los efectos del cambio climático ya están afectando a las sociedades del mundo, alterando la vida, el modo de vivir, de relacionarnos con nuestro entorno.
El año 2023 es un año único para la acción climática, representa la mitad del camino en el cumplimiento de la agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible acordados en la asamblea general de naciones unidas en septiembre de 2015, una reinterpretación moderna de la declaración universal de los derechos humanos, cuya relevancia aun no pierde, marcando el 75 aniversario de su publicación este año 2023. Sentando las bases para un nuevo pacto socio ambiental, progresivo y universal, los objetivos de desarrollo sostenible son clave en la generación de un lenguaje común que permita su adopción, cumpliendo de esta manera el objetivo primordial de su creación, la reducción de las brechas de desigualdad en las sociedades del mundo.
El cambio climático es una realidad innegable, sus efectos en nuestra sociedad, en la salud, en la economía y el ambiente están cada día más presentes en la vida de millones de personas.
En 2019 al ver por primera vez la portada del secretario general en la revista times y reflexionar sobre este articulo, me decidí a emprender mi primera reinterpretación de la misma, aterrizando el contexto latinoamericano y juvenil, haciendo un llamado a la acción colectiva, señalando que el momento de actuar es ahora, en base ciencia, en base las metas claras e indicadores que nos propone la agenda 2030.
Después de 04 años, de una pandemia global, de 03 conferencia de las partes de cambio climático, en medio de muchos conflictos y guerra, misiles, emisiones y desapariciones sin contar, de compromisos de papel, de dos récords históricos para la humanidad en el número poblacional, de más viajes al espacio que en cualquier otro periodo, del desarrollo de nuevas tecnologías, de inteligencia artificial, de cifrados, blockchain, divisas descentralizadas, de muchos, muchos discursos y llamados a la acción por el clima, decidí emprender nuevamente y reinterpretar la portada original de 2019 por segunda ocasión.
Este segundo performance es una invitación consciente a la reflexión en el marco del año 2023, de la mitad del camino hacia el cumplimiento de la agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de una visión común, una agenda común, de la respuesta de un mundo y sus sociedades ante la mayor amenaza a su bienestar, de su compromiso para reducir las brechas de desigualdad existentes y generar las herramientas, plataformas y marcos institucionales que no permitan el aumento de estas mismas brechas o nuevas brechas por los efectos del cambio climático en las sociedades.
En un mundo cada vez más conectado, es impresionante cómo las respuestas al cambio climático varían entre países, como si fueran notas musicales desafinadas en una sinfonía global. Al mirar hacia el horizonte del año 2030, en este punto intermedio de nuestro camino, es crucial reflexionar sobre las diferencias que existen en nuestras actitudes y acciones frente a esta urgente crisis planetaria.
Imaginemos por un momento que nuestro planeta es un vasto océano, con cada país representado como una isla única y diversa. Algunas islas, a pesar de su tamaño modesto, se alzan como faros de esperanza y liderazgo en la lucha contra el cambio climático. Estas naciones han abrazado la necesidad de adaptarse, transformando su enfoque energético, protegiendo sus ecosistemas y promoviendo una mentalidad sostenible. Estas islas son oasis de esperanza, donde sus habitantes se ven inmersos en una sinfonía armoniosa con la naturaleza, un canto enérgico de conservación y resiliencia.
Sin embargo, a medida que nuestros ojos recorren el horizonte, no podemos evitar notar las sombras que se proyectan sobre otras islas. Algunas permanecen atrapadas en el abrazo inmovilizador de la negación, aferrándose a viejas prácticas y alimentando las llamas de la inacción. Otras, encantadas por el canto seductor del crecimiento económico desmedido, han cedido ante el hechizo de la codicia y el consumismo desenfrenado. Sus playas están contaminadas, sus bosques están marchitos y sus habitantes se han desconectado de la sabiduría ancestral que una vez los guió.
En este viaje hacia el año 2030, debemos preguntarnos qué destino deseamos para nuestra sinfonía global. ¿Seguiremos permitiendo que cada isla interprete una melodía discordante y descoordinada, o nos uniremos en armonía para abordar colectivamente el desafío climático? ¿Es posible que la resonancia de las islas líderes inspire a las que aún están sumidas en la oscuridad de la inacción?
Recordemos que en este vasto océano, nuestras islas están interconectadas de maneras inimaginables. El aumento del nivel del mar no discrimina, las tormentas no distinguen entre islas grandes o pequeñas, y las sequías no atienden a fronteras políticas. Nuestro futuro colectivo está tejido en una red intrincada y delicada.
Entonces, mientras contemplamos el horizonte del año 2030, en mitad de camino, elevemos nuestros corazones y nuestras voces. Alentemos a las islas que lideran con valentía y empatía, e iluminemos el camino para las que aún no encuentran su melodía sostenible. Recordemos que en cada fotografía, en cada reflejo de nuestras acciones, yace la oportunidad de marcar la diferencia. Juntos, podemos transformar nuestras islas en un coro resonante de conciencia y acción climática, donde las diferencias se disuelven en armonía, y nuestro planeta, nuestro único hogar, florece una vez más.
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